Una vez en verano, si tú recuerdas,
nos detuvimos en una pequeña tienda de flores.
Un ramo de nomeolvides fue todo lo que me permitiste comprar.
Una vez en verano, igual que hoy,
nos reímos felices al caer la tarde,
y nos robamos besos en cada café de la calle.
Eras más dulce que las zarigüeyas en los árboles,
y yo me sentía el más orgulloso de los hombres,
como si el alcalde me hubiera entregado las llaves de París.
Ahora, otro invierno ha llegado y se ha ido,
las palomas que se alimentaban en la plaza han volado,
pero todavía recuerdo el tintineo de las vísperas...
Tú me amaste una vez, una vez en verano.
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