Por el camino miro correr a María,
con su cabello de oro y labios de cereza.
Vayamos al río donde los sauces lloran;
tomemos una raíz desnuda, levantada
del suelo mordido, y hagamos con ella
un lecho para nuestro amor, bajo el sonido
crepitante de los brotes de hierba.
Oh María, tú sedujiste mi alma
y ahora no distingo el bien del mal.
Soy eterno rehén de tu mundo de niña.
Encontré mi corazón de hojalata
en la prisión de tus costillas.
Con el movimiento de sus rizos,
esa muchachita se aleja contoneando
con el vestido enrollado sobre sus rodillas,
transformando estas aguas en vino
y sembrando las viñas de sauce.
María se ríe en el arroyo poco profundo,
en el lugar donde las carpas fueron pescadas,
asustada por las nuevas sombras
que su cuerpo proyecta sobre las tristes aguas
y a través de mi corazón.
miércoles, 3 de agosto de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario