La gente sencillamente no es buena,
creo que eso es bien sabido;
puedes comprobarlo donde sea:
la gente no es buena.
Nos casamos bajo árboles de cerezas,
hicimos nuestros votos bajo flores
que suavemente cayeron sobre
calles y parques para niños.
El sol fluía entre las sábanas,
despertamos con el pájaro matutino,
compramos el periódico del domingo
y no leímos una sola palabra.
La gente no es buena.
Las estaciones van y vienen.
El árbol es desnudado por el invierno
y ahora en la calle el aire mueve
los puños de un árbol nuevo;
igual que un puño, el invierno nos golpea.
Con el temporal las ventanas traquetean,
agitando las cortinas que ella hizo
con su vestido de compromiso.
La gente no es buena.
Para nuestro amor, envía una docena de lirios blancos.
Para nuestro amor, envía un ataúd de madera.
Para nuestro amor, deja a las palomas de ojos rosados
murmurar que la gente sencillamente no es buena.
Para nuestro amor, manda todas las cartas de vuelta.
Para nuestro amor, un San Valentín ensangrentado.
Para nuestro amor, deja llorar a los amantes despechados
que la gente sencillamente no es buena.
No es que sus corazones en sí sean malos:
algunos incluso pueden consolarte e intentarlo;
pueden cuidarte cuando estés enfermo;
pueden enterrarte cuando estás muerto...
No es que sus corazones en sí sean malos:
pueden acompañarte si está en sus manos,
pero sólo se trata de una mentira de mierda...
La gente no es buena.
La gente sencillamente no es buena.
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