Dormí dulcemente
sin tener que fingir
que la noche termina siempre.
Acostada junto a mí
ella respira suavemente,
mientras dentro mío
yo soñaba con ella.
En mi sueño, ella cantaba dulcemente
una melodía que yo esperaba cantar.
Esclavizado por su dulce maravilla,
me corté las piernas
y le metí los dedos al hambre.
Ella cantó mi nombre
y me envolvió por completo.
Lloré y sentí fallar mis piernas.
Entre sus brazos, temblé eléctricamente.
Ella me guió y ella me sostuvo.
Al despertar ella era aún mayor,
y agarraba mi amor contra mi voluntad.
Con las palmas extendidas,
pronunció un hechizo...
El amor maldecido nunca termina.
Los ojos maldecidos nunca se cierran.
Los brazos maldecidos nunca se cierran.
Los niños maldecidos nunca se levantan.
Mi maldecido yo nunca la desprecia.
Y amo abrazarla siempre,
mientras ella duerme envolviendo su canción.
Una épica canción en la que cuenta
cómo vivimos ahora ella y yo.
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