Caía la lluvia sobre esta gris calle.
El campanario, el pararrayos, la cruz.
Las palabras, el voto, el anillo, el beso.
Alguien cantó Ave María.
Mi dulce, mi peligrosa niña,
tú rompiste la ventana de mi pecho.
Mi corazón se disparó lejos de este mundo,
hasta que lentamente le llegó el descanso
al interior de la extrañeza de su seno,
mi dulce niña, mi tigresa.
La Historia la condujo hasta mí:
cada pisada marcada en el recuerdo.
Ataviada con un vestido plateado,
ella ingresó en el día de nuestra boda.
Mi dulce niña, mi peligrosa,
tú rompiste la ventana de mi pecho.
Mi corazón se disparó lejos de este mundo,
hasta que lentamente le llegó el descanso
al interior de la extrañeza de su seno,
mi dulce niña, mi tigresa.
Y a través de la diaria devastación,
el uno al otro seguimos nuestras órbitas.
Y en el helado frío de la estación,
subimos al tren que los amantes abordan.
Pero cuando intento hablar con ella,
no puedo hablar ese idioma.
Y aunque mis crímenes no sean nombrados,
todas mis traiciones, todas mis vergüenzas,
más tarde tú podrás decirme con razón:
"Nosotros no bailamos el día de nuestra boda".
jueves, 18 de junio de 2015
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