Los dos estábamos de pie
en la sala de estar de tu madre,
sudando una tormenta
en ese horrible mes de junio;
el sudor resbalaba por tu mejilla
y caía sobre tu boca.
Y yo sabía que tenia que ser un sueño,
porque tu madre nunca me hubiera
dejado entrar en su casa.
Eres la viuda más hermosa del pueblo.
Muchos años más tarde,
en el vidrioso mes de diciembre,
me quedé de pie con manos en los bolsillos,
tratando de evitar un brillante retrato de boda
colgando de la pared de esa vieja mujer,
porque yo sabía que tú estarías ahí, sonriendo,
y que eso sería muy doloroso para ver.
Eres la viuda más hermosa del pueblo;
apuesto que lo eres...
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