el humo ablanda el pulmón que lo desgarra;
en un bar iluminado
por la luz del día,
sentado en el asiento de la orilla
y comiendo palomitas rancias:
así conocí a mi Ruth querida.
Acababa de perder a un bebé
de sietes meses y una semana,
llevaba borracha todo un mes
y me besó en la mejilla.
No es que fuera mi tipo,
pero desde un kilómetro se podía ver
que le haría demasiado bien
si fuéramos amigos.
Qué adorable chica debió haber sido.
No había nada que ver en la televisión
de mi cuarto de hotel de nueve dólares.
de mi cuarto de hotel de nueve dólares.
"¿Puedo usar tu cepillo de dientes?",
me preguntó.
Le dije que no me molestaba.
Solemnemente me dijo:
"Te agradezco por la compañía".
Al despertar por la mañana,
se había caído de la cama.
Todo un espectáculo, debo admitirlo.
Lo que una vez brotó como una flor,
ahora eran sólo hojas marchitas
en la despiadada luz del día.
Qué adorable chica debió haber sido.
Ruth, dulce niña, no hay lugar para ti
en mi pequeño cuarto de nueve dólares.
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