Es cierto que todos los hombres que conociste eran apostadores
que juraron haber dejado el juego cada vez que les diste refugio.
Conozco a ese tipo de hombres, es difícil sostener la mano
de alguien que busca alcanzar el cielo sólo para darse por vencido.
Y después, levantando los comodines que él dejó en la mesa,
descubriste que no te dejó nada, ni siquiera la risa del Joker.
Como cualquier jugador, sólo estaba esperando una carta
lo suficientemente alta y salvaje como para no volver a apostarla.
Era un simple San José en busca de un pesebre.
Y un día, apoyándose en el marco de tu ventana,
él te dirá que fuiste tú quien debilitó su voluntad
con el amor y la calidez de tu refugio.
Y sacando de su bolsa un viejo horario de trenes,
te dirá: "Te dije, cuando llegué, que era un extraño".
Pero ahora un nuevo extraño
pretende que ignores sus sueños,
como si se tratara de la carga de alguien más.
Has visto antes a ese hombre, despachando cartas
con su brazo de oro; pero ahora su brazo
está oxidado desde el dedo hasta el codo.
Y ahora él quiere intercambiar su juego,
que tan bien juega y conoce, por un refugio.
Y tú detestas ver a otro hombre con las manos fatigadas,
renunciando a una partida sagrada de póker.
Y mientras habla de sus sueños para quedarse dormido,
descubres que una carretera, como si fuera de humo,
se eleva lentamente sobre su hombro.
Le dices que pase y descanse, pero algo te hace girar la mirada:
no puedes cerrar tu refugio porque la puerta está abierta.
Intentas con la manija desde afuera,
descubres que está abierta, así que no hay problema:
eres tú, mi amor, eres tú la que te has vuelto extraña.
"Yo confiaba y estaba seguro que nos encontraríamos
mientras esperábamos nuestros respectivos trenes,
pero creo que ha llegado el momento de abordar otro.
Entiende, por favor, nunca he tenido un manual secreto
para llegar al meollo sobre cualquier tema, sobre esto o aquello".
Y cuando él te habla así, tú no sabes qué es lo que pretende.
"Volvámonos a ver mañana, si tú quieres,
en la orilla o abajo de ese puente
que están construyendo sobre un río infinito",
te dice y luego abandona la plataforma,
para abordar el somnoliento vagón calentándose.
Y te das cuenta que ese también es un refugio.
Y comprendes que en verdad él nunca fue un extraño.
Y le contestas: "Está bien, nos veremos en el puente
o en cualquier otro lugar más adelante".
Y un día, apoyándose en el marco de tu ventana,
él te dirá que fuiste tú quien debilitó su voluntad
con el amor y la calidez de tu refugio.
Y sacando de su bolsa un viejo horario de trenes,
te dirá: "Te dije, cuando llegué, que era un extraño".
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