Sigues los pasos,
ecos que conducen
del pasillo a la habitación.
Hay música sonando,
campanillas con partes móviles.
Aquí, las sombras afean las cosas:
un efecto bastante indeseable.
La amarilla y audaz luz del día
crece como hierba por todo el muro,
y rebota en la porcelana pintada
de una pequeña muñeca bailarina,
cuyo cuerpo da giros y hace piruetas.
El mundo de pronto parece muy pequeño.
En esta sutil mañana blanca,
estiras las piernas en el asiento delantero.
La carretera forma un vacío
en el que nuestras voces solían estar.
Y reposas tu cabeza sobre mi hombro,
la viertes sobre mí como si fuera agua.
Si únicamente existieran los diez minutos
que dura este recorrido, sería perfecto.
Todos los árboles que alinean la acera
estarían alegres y llenos de vida.
Pero, de pronto,
toda la alegría que brota alrededor
convierte en fuentes a tus ojos,
porque finalmente comprendes
el movimiento de una mano
diciéndote adiós.
jueves, 20 de febrero de 2020
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