Cuando todavía iba en la primaria,
descubrí las herramientas de mi padre.
Tras acumular una pequeña pila
de desperdicios de madera,
construí una trampa para conejos
y la coloqué apuntando hacia el norte.
Lo que atrapé fue una zarigüeya y un gatito;
y liberarlos fue una tarea de la chingada,
porque yo pensaba que me morderían.
Al final los tres huimos sin peligros.
Una vez tomé mi escopeta
y tras ponerme mi camuflaje
me escondí entre las pasturas del vecino,
al lado del estanque de una pequeña vaca.
Finalmente, después de mucho tiempo,
un montón de palomas pasaron volando
y aterrizaron en grupo sobre el cable eléctrico.
Con mi vista de águila apunté y disparé:
dos pichones cayeron sobre la hierba
como bolsas de frijol, pero para mis ojos
era como si hubieran sido palomas.
jueves, 19 de enero de 2017
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