Con una sonrisa torcida
y el rostro en forma de corazón,
llega ella desde West Country,
donde los pájaros cantan en tono grave.
Ella tiene un corazón de condominio
donde todos nosotros vivimos,
donde alegamos, pedimos
consejo y perdonamos.
Su cabello en pico de viuda;
sus labios que he besado;
el guante de huesos de su muñeca
que he sostenido entre mis manos;
su mosca española y su glándula de mono;
su cuerpo de diosa y sus catorce estaciones
que he abrazado; sus palpitaciones;
su hijo nonato que llora "mami"
entre los escombros de su cuerpo;
sus bellos párpados entrecerrados
de los que he sorbido;
sus uñas, rosáceas y mordidas;
su acento, según ella, "general",
que he escuchado y ha sido derramado
en mi corazón humano, hasta llenarlo
con amor, desbordándose y matándome
para construirme nuevamente
con algo por lo cual esperar.
¿Quién podría pedir algo más que eso?
Una chica de West Country con un gato gordo
que mira dentro de sus ojos verdes,
maúlla "Él te ama", y maúlla de nuevo.
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