Asombrosa Gracia,
¡qué dulce sonido salvó
a un miserable como yo!
Estaba perdido
pero ya me encontré,
estaba ciego
pero ahora puedo ver.
La Gracia enseñó
a mi corazón a temer.
Y fue la Gracia
la que alivió mis miedos.
¡Qué bella apareció
la Gracia la primera vez
que comencé a creer!
Tras muchos peligros,
fatigas y trampas,
he por fin arribado.
La Gracia me mantuvo a salvo
hasta ahora, y la Gracia me llevará a casa.
El Señor me ha prometido el bien.
Su Palabra asegura mi esperanza.
Él será mi escudo y mi protección
por todo el tiempo que dure mi vida.
Cuando esta carne
y este corazón me fallen
y toda vida mortal cese de existir,
heredaré lo que ahora está velado:
una vida de paz y felicidad.
Y cuando hayamos pasado ahí
diez mil años, brillando fuerte como el sol,
no tendremos menos días para alabar a Dios
de los que tuvimos al principio.
miércoles, 25 de mayo de 2016
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