Inauguramos la noche
tamborileando un poco de rareza.
Se hace tarde muy temprano, ahora.
Las olas arriban en fases de montañas.
Y yo podría ver fuego donde no se supone que debiera.
La conocí en una mega tienda.
El cuervo del resplandor solar nació de una caída libre:
fue el cumplimiento de una profecía de décimo grado,
una obra maestra de motel.
Cegado ante las posibilidades de ramificación,
lágrimas estaban de pie en mis ojos
cual venados antes de salir disparados.
Adoraba la forma en que ella modificaba mis mañanas,
cuando despertaba en el calmo cardumen de su cama.
Saltos mortales o humo, en un universo de sueño,
antes de que ella se deslizara en su herencia y desapareciera.
Fue ella quien me enseñó a volver a iluminarme,
a volver a iluminarme
e iluminarme otra vez.
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