Estas inmortales almas nuestras
arañan el cristal de la ventana,
dejan una tarjeta telefónica
con la sangre de un fantasma,
estas inmortales almas nuestras.
Tomamos una pluma por nuestras vidas,
un cuchillo por nuestras mentiras.
Perdidamente enamorados de nosotros mismos,
aun así escupimos a las puertas del cielo.
Aplastamos la noche con nuestros estúpidos zapatos.
Manejando a través de las galaxias,
dijiste que usáramos guantes,
y derramamos nuestras almas
mientras hablábamos
divina e ininterrumpidamente,
hablamos y fuimos hablados,
hablamos entre la sangre rota,
un fantasma que se aleja,
seguimos hablando por siempre,
alardeamos eternamente,
mantuvimos por siempre el tacto
de nuestras rojas y húmedas manos,
estas inmortales almas nuestras.
Dejaste en mí la cicatriz de tu beso,
una quemadura en carne viva,
siempre demasiado lento
se quema el corazón y el cerebro,
arreglando hechizos rotos,
iniciando el Vals de la Muerte,
bajo sangrientos senderos de estrellas
escupimos y nos rompemos.
Bajo suciedad y en parejas,
quedan quietos segundos mudos,
mueres hecho un tonto.
Bailamos un vals sobre sangre.
Yo no dije una palabra,
yo no vi nada...
Un extraño tomó mi mano
-yo no vi nada-
y me llevó a casa.
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