Soñé que veía a San Agustín
tan vivo como tú o como yo,
lagrimeando por estos barrios
en la mayor de las miserias.
Con una manta bajo el brazo
y una capa de oro macizo,
iba en búsqueda de aquellas almas
de quienes ya las habían vendido.
"¡Levantaos, levantaos!",
gritó con fuerza, con una voz
que no tenía restricciones.
"¡Salid! Vosotros, dotados
Reyes y Reinas, y escuchad
mi triste queja: ningún mártir
se encuentra entre vosotros
al que podáis llamar
por vuestra cuenta.
Seguid vuestro propio camino,
por consecuencia,
pero sabed que no estáis solos".
Soñé que veía a San Agustín,
vivo, con respiración ardiente,
y soñé que yo estaba entre
aquellos que lo conducían a la muerte.
Entonces, ay, desperté con furia;
solitario y aterrado, puse mis dedos
contra el cristal y lloré con la cabeza inclinada.
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