En años pasados,
siempre he llorado
al pasar por las colinas.
Vuelven imágenes
de cosas que yo anhelo:
las raíces de los bosques,
el origen de mi fuerte carácter
y de mi extraño comportamiento...
Algo perdí en estas colinas.
Crecí en medio de declives
como otros en ciudades.
Cuando el primer amor y el alma
apenas emprendían el vuelo,
hubo muchas veces en mi vida
que me sentí furiosa y triste
y sólo las laderas me confortaban.
Moriré cuando pase por la alta hierba
que me llega hasta la cadera.
Moriré bajo el jazmín y el árbol más viejo:
no tendré que prepararme para otro día.
¿Con qué llenar este vacío que siento?
No soy un Robin Hood, podrían decirme,
¿pero cómo ocultar, de los pies a la cabeza,
que algo perdí en estas colinas?
Me apoyo en el marco de mi ventana
y lloro aunque sea una tontería.
Imagino que estoy lejos, allá afuera,
y que más al oeste se extienden las colinas
marcadas por árboles de manzanas
y marcadas por un arroyo recto
que me conduce adonde yo quiero...
Algo perdí en estas colinas.
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