Vivo en un castillo,
soy un príncipe
y por los días intento
complacer a mi reina.
Tan pronto empiezo a reír
a mi sonriente reina,
ella se sienta a la mesa
frente a la comida que hizo.
Como un murciélago
hice que la chica enrojeciera,
me escondí tras la puerta
y no me le aparecí a nadie.
Ella se fue corriendo sin mirar,
enfiló igual que un rojo tren de carbón.
Los párpados se abren
cuando el sol está en lo alto.
Me deslizo lejos de la gris mirada de mi reina.
No puedo acomodarme
y simplemente estar tranquilo:
vuelvo a escuchar el viejo tren
rodando por las vías.
Ella desaparece con la luz
y me deja en medio de un torbellino.
Esperando a esa bella muchacha,
prendo un fogata
y avanzo a través de la noche.
Ella se asomó en una esquina,
me ofreció su mano,
mis dientes tocaron su piel,
entonces se fue corriendo otra vez.
Ahora mi reina se encuentra bien
en su tumba temprana.
De esa chica conservaré su calor,
no hay nada más que pueda guardar.
martes, 24 de febrero de 2015
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